Aquí os dejo un interesante artículo de Rosa Montero, a través de @BrunaHusky, www.facebook.com/escritorarosamontero, más en la web de la autora:
MANERAS DE VIVIR »
Una eternidad
de infierno que atravesar
El 76% de los
homosexuales dijeron haber sido discriminados en el centro educativo
Rosa Montero 30 MAR 2014 - 00:00
CET
De todos es sabido que, cuando un
grupo social discriminado intenta reclamar sus derechos, el sistema establecido
se defiende siguiendo unas pautas que siempre se repiten. Al principio, cuando
las voces rebeldes aún son pocas, el arma preferida es la irrisión. Sucedió
durante mucho tiempo con las mujeres: las damas sabias eran ridículas; las sufragistas
eran feas, machorras, unas histéricas; de hecho, la palabra feminista sigue aún
cargada con el plomo de la mofa. Luego viene una segunda etapa, que es la del
enfrentamiento directo; llegados a ese punto, se discute, se pelea y hay
forcejeos políticos, porque las reivindicaciones son ya tan mayoritarias y tan
serias que el poder no puede despacharlas con el simple recurso de burlarse de
ellas. Este periodo es crucial: es entonces cuando se acometen los cambios
legales esenciales y cuando la sociedad bascula hacia un nuevo consenso.
Pero luego queda aún una tercera
etapa de resistencia del sistema ante el cambio, una fase agazapada y
subrepticia que consiste en difundir la especie de que ya no hay
discriminación, que el problema se ha acabado y ya no es necesario seguir
luchando. En el caso de las mujeres nos encontramos ahí y, aunque es evidente
que el avance ha sido monumental, lo cierto es que la supuesta igualdad es una
falacia. Déjenme que ponga ejemplos del mundo literario, que es el que me cae
más cerca; es verdad que las mujeres escribimos, publicamos y podemos ser
superventas; pero, como dice Laura Freixas, los críticos de los principales
suplementos literarios españoles son hombres en un 85%, y sus reseñas son
también en un 85% de autores varones. Por no hablar de las antologías, de las
enciclopedias... Cuanto más ascendemos por la escala de poder, menos mujeres.
De los 36 premios Nacionales de Narrativa que ha habido desde la Transición,
sólo dos han ido a parar a escritoras. Y entre los 66 premios de la Crítica,
sólo hay tres mujeres. Son porcentajes ridículos, y esto no sucede sólo en
España; en el Nobel sólo hay un 12% de mujeres (en todas las categorías); en el
Goncourt, un 6%. No se trata, por supuesto, de una conspiración consciente,
sino de la pervivencia de un prejuicio, de la inercia ciega del sexismo (en el
que también caemos las mujeres). Por cierto, y hablando de cifras grotescas, se
acaba de publicar que las ministras británicas ocupan despachos más pequeños:
miden de media 21 metros cuadrados menos que los de los hombres. No es un dato
baladí: en la carrera del poder, la gente suele matar por un buen despacho.
Sucede exactamente lo mismo con la
homosexualidad. También hubo una primera etapa de burla al mariquita, un
segundo periodo de lucha y de conquista y ahora empiezo a escuchar la consabida
cantinela del “ya no hay ninguna discriminación, de qué se quejan”. En los tres
últimos meses, el Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de
Madrid (COGAM) ha presentado dos sólidos estudios sobre la discriminación
homofóbica en nuestra sociedad. El primero está hecho con una muestra de 762
personas que se autodefinen lesbianas, gays, transexuales o bisexuales. Pues
bien, un 44% dijeron haberse sentido discriminados en alguna ocasión al ir a
alquilar un piso (“fui con mi pareja y cuando le dijimos al dueño que éramos
dos mujeres casadas nos contestó que no alquilaba a maricones ni lesbianas”), o
en un restaurante, en un bar, en una oficina bancaria, en una tienda o
cualquier otro lugar público. Aún peor, por lo que supone de angustia
prolongada, es el
siguiente dato: un 31% dijeron
haberse sentido discriminados en el puesto de trabajo, muchos de ellos por
verse obligados a soportar bromas constantes y pullas ofensivas. Pero lo más inquietante
es lo que sucede en los centros de estudio: un 76% dijeron haber sido
discriminados en el centro educativo, mayoritariamente por sus compañeros
(92%), pero también por los profesores (26%) e incluso por los padres o las
madres de otros alumnos (11%). Esta discriminación puede convertirse en acoso y
en un auténtico martirio y llevar a las víctimas hasta el suicidio.
Precisamente el otro trabajo que
COGAM acaba de publicar estudia la homofobia en los centros de Secundaria. Tras
entrevistar a 5.272 estudiantes de institutos públicos de la Comunidad de
Madrid, descubrieron que nueve de cada diez alumnos consideran que hay rechazo
hacia las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transexuales; además, un
abultado 42% piensan que los profesores muestran una clara pasividad ante
comportamientos homófobos. En semejante caldo de cultivo, es comprensible que
el 80% de los que se autodefinen como homosexuales oculten su tendencia y
finjan ser quienes no son. Estamos hablando de chavales entre los 12 y los 17
años. Una eternidad de infierno que atravesar.
@BrunaHusky, www.facebook.com/escritorarosamontero,
Comentarios
Publicar un comentario